domingo, 27 de mayo de 2007

A pedido del general Amaury Prantl se compró la casona de Millán


El juez Penal Luis Charles y la fiscal Mirtha Guianze tomaron declaración el viernes a la escribana que en marzo de 1977 realizó las escrituras de la "Casona de Millán", que habría sido adquirida por las Fuerzas Conjuntas con dinero robado a militantes del PVP en Buenos Aires. La profesional reconoció que realizó las escrituras de la propiedad a solicitud del general Amaury Prantl, por entonces jefe del SID. En la "Casona de Millán", centro clandestino de torturas, fueron vistos por última vez el maestro Julio Castro y Ricardo Blanco.

Nota completa de La República

Ver tambien:
La Patota de la OCOA, la guita y el PVP.

"Yo vi a Cabezudo y escuché a Gallo, Barrientos y Gómez en La Tablada"

Fue secuestrado por OCOA en enero de 1978. Sufrió la tortura junto al desaparecido Ricardo Blanco en la Casona de Millán y en La Tablada. Denuncia que a un grupo de militantes del PCR que fue secuestrado en Buenos Aires en diciembre de 1977 lo trajeron a Montevideo. Presenció la tortura sobre Carlos Cabezudo, lo confundieron con Eduardo Mallo, oyó que hablaban de la condición de bióloga de Carolina Barrientos y escuchó cómo violaban a Célica Gómez. Los cuatro figuran como desaparecidos en Argentina. Su historia confirma que el traslado ilegal de detenidos era una práctica de la coordinación de las dictaduras.

ROGER RODRIGUEZ - rogerrodriguez@adinet.com.uy

Ruben Medeiros y Daniel Maiorano, los dos agentes que lo llevaron a La Casona de Millán.

Ruben Medeiros y Daniel Maiorano, los dos agentes que lo llevaron a La Casona de Millán.

La Terminal de ómnibus de la ciudad de Mercedes fue construida como un reciclaje de la vieja edificación del cuartel militar en el que, durante los años de la dictadura, cientos de mercedarios fueron detenidos y torturados. Los locales comerciales del shopping se erigieron sobre el mismo lugar en que antes se instalaron carpas militares para someter a los detenidos.

Desde el norte, la brisa del Río Negro indica dónde está la amplia rambla costanera, donde el jacarandá envía su perfume, que atraviesa la Plaza Central y rebota en las mágicas cúpulas de la Iglesia. Al sur de la Terminal, se extiende la barriada de clase media, hasta llegar a los caseríos que aún se aglomeran junto a las vías muertas de un tren que dejó de pasar. Ángel Gregorio Gallero Gutiérrez tiene 58 años. Todos sus ancestros son mercedarios. Sus padres fallecieron, pero aún convive en el viejo pueblo con un hermano, y un chico de 11 años, nieto de su esposa. "Cuando yo tenía esa edad era tiempo de las crecientes", dice, y su mirada se pierde en el recuerdo.

Gallero se educó en el colegio San Miguel. A los 17 años salió a estudiar a Montevideo. Era el año 1968 y se integró a la Asociación de Estudiantes, pero todavía no militaba políticamente. Estudió en la Escuela de Comercio, pero quería jugar al fútbol y hasta practicó en aquel Huracán Buceo que jugó históricas finales con Bella Vista. No quedó, pero hoy es director técnico.

"Vi aquel tiempo de movimiento estudiantil como espectador. No participaba. Trabajaba todo el día en una distribuidora de cerámicas y, al salir, volvía a casa. Luego regresé a Mercedes para dar un concurso y entrar a la Funsa, pero no entré. Igual me quedé, haciendo preparatorios nocturnos..."

­Entonces sí lo agarró la política...

­Sí. Milité desde la Asociación de Estudiantes y aunque no tenía una estructura política, era amigo de todos los compañeros del PCR, que en Mercedes eran muchos.

­Supongo que cuando vino el golpe de Estado lo agarraron igual.

­Me agarraron y me dieron igual que a los otros. Estuve con el grupo de Ricardo Blanco en el cuartel, donde ahora está la terminal de ómnibus. Estuve desde antes del golpe. Fui el último en caer un día antes, el 26 de junio, y me tuvieron detenido hasta octubre.

La prisión y el exilio

­Compartías prisión con la representante de familiares de desaparecidos, Luisa Cuestas, madre del dirigente del PCR Nibio Mello, quien también estaba presa en aquel cuartel.

­Claro, a ella le gustaba barrer y le echaba gamezan a su carpa para matar a las pulgas. Tanto, que no se podía ni respirar. Ni los milicos le podían hacer una requisa (se ríe). También había una gallega, Loly, que cuando nos tenían de plantón pedía "dame una poquita agua". Eramos unas 25 personas, los plantones podían ser de hasta diez o quince días. Cuando dieron el golpe de Estado nos dieron de palos.

­¿Y después de octubre?

­Nos pasaron a juicio. A mí, el juez militar me soltó en Montevideo y yo pedí que me trajeran a Mercedes. Me trajeron, pero acá un sargento me dijo que me habían dado la libertad pero que tenía que quedarme. Me mandaron al cuartel de San José y me dejaron preso hasta abril de 1974. Ahí sí me liberaron. Volví a Mercedes e hice una vida más o menos normal. Era de los pocos que no tenían que presentarse al cuartel. Supongo que por mi padre, que era militar de la aeronáutica, músico de la banda. Pero cuando me largaron me dijeron que no podía vivir más en la casa de mis padres. A mi madre le habían prohibido la entrada al cuartel para recibir la sanidad militar. Les sacaron todos los beneficios, aunque les seguían descontando del sueldo... En fin...

­Finalmente te exiliaste en Argentina.

­Fue en el 75, cuando cayó una compañera con material de la UAL (Unión Artiguista Libertadora). La llevaron presa y entonces me fui a Montevideo, unos compañeros me compraron el pasaje y crucé con sólo 4 pesos en el bolsillo...

­En Buenos Aires sí se integró a la gente del PCR que estaba activa.

­Hice contacto con Cabezudo y otros compañeros. Estuve desde el 75 hasta el 76. (Gallero confiesa que hay cosas que todavía no quiere contar de aquella clandestinidad... "Yo todavía no las digo", se excusa). Entonces estábamos en plena represión. Habían caído el Nibio Mello y el Nelson Mazucchi, que desaparecieron en enero de 1975. En Buenos Aires, siempre mantuve un perfil bajo... Después volví a Montevideo, en donde nos quedamos con Ricardo Blanco. Yo vivía en la casa de unos tíos y trabajaba en la Osami. Ricardo tenía su comercio. Los milicos nunca entendieron qué era lo que hacíamos, porque éramos nosotros dos solos. Es que en Montevideo no hacíamos nada, trabajábamos para el litoral.

La detención y la tortura

­En enero de 1978, cuando Ricardo Blanco fue detenido, ¿sabían que sólo semanas antes habían caído sus otros compañeros del PCR en Buenos Aires?

­Después de que yo me fui de Mercedes, a mi madre le reintegraron los derechos del servicio sanitario. Entonces, ella estaba enferma del corazón y la internaron en el Hospital Militar. Ahí me enteré de que había otra represión en Mercedes, en donde habían detenido a un grupo de gente nuestra. Yo había estado en Buenos Aires en los primeros días de diciembre del 77, incluso llegué a conocer la casa donde vivían Carlos Cabezudo, Carolina Barrientos, el Pocho Fontoura y el mono Roberto Gomensoro. La represión estaba relacionada con la caída de un montonero en Uruguay, sabíamos que estaban buscando gente, pero no sabíamos que éramos nosotros.

­Tampoco supo de la detención de Blanco en su comercio...

­Nosotros habíamos quedado en sacar una máquina con materiales de propaganda que teníamos escondida. Eso estaba previsto un domingo y Ricardo no fue. Esperé unos días y pasé por la cuadra del comercio, que estaba en una calle cortada. Noté algo raro, porque había un cartel del almacén que nunca estaba en ese lugar. Tuve una corazonada pero igual entré, y a un sobrino le pregunté por Ricardo. Me dijo que no estaba. Fingí que venía a cobrar algo, pero cuando salí me pararon dos tipos vestidos con short. Hablaron por radio en un Renault rojo y ya supieron que era yo. Me llevaron y me pasaron a otro coche blanco, dijeron "Aquí Operativo Montoneros"... Tengo identificados a los que me llevaron.

­¿Sabe los nombres de los agentes que lo detuvieron?

­Nombres y fotos. Fueron Ruben Medeiros y el teniente segundo Daniel Maiorano... (muestra dos fotos difundidas por el Sijau en diciembre de 1980). Atrás en el auto había una persona tapada con una manta. Supongo que era Aguilera, que trabajaba con Ricardo en el almacén.

­Entonces lo llevaron a la Base Roberto, la casona de la calle Millán...

­Ahí nos tuvieron días de tortura, sin comer, de plantón, con colgadas, picana, y nos pegaban con una vara, no muy fuerte, pero era como una tortura china, insoportable después de mucho rato. Recién a los tres o cuatro días vi a Ricardo. Nos daban de día y de noche. Incluso me hicieron un falso fusilamiento en el que me pusieron una bolsa de tela en la cabeza diciéndome que era para que no los salpicara la sangre.

­¿Durante días así?

­Sí. Como a los diez días, cuando me llevaban desnudo y encapuchado por una parte de aquella casona que tenía como un piso inclinado, sentí el ruido de que llegaban muchos autos. Escuché que se abrían y cerraban puertas. Un largo rato después, se acercó uno, me pegó en la cabeza y me dijo: "Me debés la vida a mí, te salve de la horca (de la orda o de la orga, no le entendí bien). "Bueno, gracias", le dije. Al otro día nos llevaron, a Ricardo, a Aguilera y a mí, atados de una piola, y nos tiraron debajo de una escalera y nos dijeron: "¡Duerman!".

Un viaje al infierno

­Entonces fueron llevados a La Tablada...

­No sabíamos entonces dónde era. Sentí mucho olor a pasto. En un recinto nos atendió un hombre alto y delgado, que era un enfermero al que le decían "El Galgo". Nos preguntaron qué enfermedades habíamos tenido y nos hicieron firmar en una boleta que no teníamos efectos personales. Nos hicieron sentar en una silla. Al rato vinieron y nos dieron unos números. El mío era el 5086, impreso como con un sello en un cartoncito rosado cuadrado. Desde entonces teníamos que responder al número, no teníamos más nombre.

­¿Volvieron a torturarlos?

­En los primeros diez días no nos pasó nada. Quedamos acalambrados de estar sentados. Después nos pasaron a un calabozo y me dijeron: "¿Vos tenés sueño?". "No", respondí y me trajeron una pila de libros, algunos buenísimos. Me dijeron: "Rompé todo, que vamos a hacer cartón para vender". Estaba rompiendo libros y vino y me dijo: "Ustedes no subieron arriba, ¿no?". "No", le dije. "Entonces, te voy a dar un consejo: cuando subas arriba, hablá". Entonces le dije: "Mirá que no, yo ya firmé, ya me pasaron a juez". Y el tipo, que era parecido al Charleta Gundersoff, parado en la puerta me dijo: "No, no, si vos estás acá, es porque algo te queda". "¿Vos sabés en dónde estás?", me preguntó y le dije que no. "Estas en el infierno". Yo le dije que hacía diez días que estaba acá y no me habían interrogado. "Lo que pasa es que los diablos están de viaje", me dijo.

­Eso sería un indicador de que los "diablos" estaban haciendo el operativo en Buenos Aires...

­Sí, a los pocos días llegaron... Primero hubo una sesión de torturas con gente de Mercedes. Hasta había guardias de Mercedes, uno de ellos me conocía y se acordó que yo era buen alumno en la escuela. Ahí me mostraron unas fotos de gente de Mercedes y me dijeron que me iban a hacer una ampliación de acta. "¿Vos sabés andar a caballo?", me preguntaron. Dije que no. "Ah, vení entonces, que te vamos a enseñar". Me pusieron en el caballete y me dieron corriente. Después de eso fue que me quemaron los pies...

­¿Cómo que le quemaron los pies?

­Me colgaron de una reja, me pusieron corriente, me pegaron con palos y así colgado, me prendieron un fuego abajo con diarios o no sé con qué... Se nota que había uno de Mercedes, porque me dijo: "Muchacho, hablá porque vas a quedar inválido". De ahí me tiraron en un colchón. Todavía se ven un poco las cicatrices de los pies. Estuve tiempo sin poder caminar y me dejaron en una celda. Así fue que pude escuchar que estaba Célica Gómez en una celda de al lado...

La llegada del traslado

­Célica Gómez había sido secuestrada en pleno Florida y Corrientes en Buenos Aires el 3 de enero de aquel 1978 y se supone que fue llevada al Pozo de Quilmes y al de Banfield. ¿Qué fecha era cuando la escuchó en La Tablada de Montevideo?

­Era en mitad de febrero, en carnaval. Tenían un armario verde en donde estaban las armas y un día empezaron a sacar fierros. Al día siguiente, de noche, empezó a llegar una cantidad grande de autos. Sentí que traían gente. Estaba un enfermero que se llamaba Carlitos, que con "El Galgo" y otro pelirrojo picado de viruela eran los que nos atendían. Cuando vino esa gente, como ocho personas, Carlitos comentó: "Pero esta gente está helada... Andá a pedir café", le ordenó a otro. Me llamó la atención lo que escuché, porque no entendía por qué estaban heladas si era verano. Ese grupo estuvo una noche y después se los llevaron.

­¿Hubo otro grupo?

­Sí. Al otro día, vino el otro grupo. Entonces sí empezó a haber movimiento. Empezaron a llamar de a uno y los llevaban para arriba. Yo estaba tirado en la cama y le pregunté a Ricardo Blanco qué pasaba. Un guardia nos hizo callar. Ese día nos iban a hacer un examen médico. Ahí me llevaron y reconocí al médico veterinario Franco Durán, que había sido profesor mío en primero de liceo. Me dijo que estaba bien. En eso pude escuchar a dos guardias que comentaban que habían venido dos mujeres de la Marina para interrogar. Otro dijo: "Che, subime al Gallo, subime al Gallero". El otro le preguntó: "¿A cuál, a Gallo o a Gallero?". Después pidieron: "Traeme al Cabezón ese.".

­Eso implicaría que a La Tablada habían sido trasladados Eduardo Gallo Castro y Carlos Cabezudo, quienes habían sido secuestrados a fines de diciembre en Buenos Aires...

­Lo vi a Carlitos... Fue todo un día de torturas. Yo sentía un ruido como de un zumbido y los gritos desesperados de un hombre. No sabía qué era... Después supe que era un aparato que llamaban "magneto". Fue entonces que me sacaron a mí y me hicieron subir la escalera de mármol. Ahí, por debajo de la venda pude ver pantalones de uniforme azules y un tipo que estaba colgado al costado de la escalera. Ahí no vi quién era. Estuve arriba, me dieron unos palos pero no me hicieron mucho, creo que fue para reconocerme... Cuando bajé, el milico me dijo: "Agarrate de la baranda", y cuando lo hice fue cuando pude ver a Carlitos (Cabezudo). Había unas telas rojas como de terciopelo y unas mesas de madera. El que estaba pegándole dijo: "No hablaste, hijo de puta, pero me saqué las ganas. Me hiciste sudar". Y le ordenó a otro: "Andá, traeme leña". "Pero vas a prender todo fuego", le dijo. "No, traé que no pasa nada".

­¿Reconoce sin ningún lugar a dudas que era Carlos Cabezudo?

­Sí, sí, era Carlitos... Lo tenían colgado... (se le quiebra la voz)

­Escuchó que confundían Gallo y Gallero, vio a Cabezudo...

­Después sentí que comentaban. "Mirá, ¿quién iba a decir que ésa era bióloga?". Entonces no sabía que Carolina Barrientos era bióloga. También hablaron de una a la que agarraron al salir del trabajo, y tampoco sabía que a Célica Gómez la habían agarrado así...

­Pero a Célica Gómez la escuchó...

­Sí, estaba en el calabozo al lado del mío. Eran unos calabozos chiquitos, abiertos, sin puertas, con una ventana de rejas que daba para un patio o algo. A Célica la humillaban. Había una milica que no dejaba que los otros milicos fueran a su celda. La otra sí. Los milicos jodían y decían: "Me voy con Célica...". A mí me preguntaron si conocía a Célica Gómez. Yo creí que hablaban de Isabel Gómez, que estaba presa. A Célica yo no la conocía de Buenos Aires.

­A Célica la violaban.

­Sí. Los milicos. Nunca escuché a oficiales. Pero los milicos sí (hace un largo silencio).

Dos años encerrado

­¿Hasta cuándo estuvo en La Tablada?

­Hasta el 26 de febrero, cuando me llevaron al Hospital Militar.

­¿Por las heridas de las piernas?

­No por el estado general en el que estaba. No me podía mover. Veía, pero no podía pestañar ni mover los ojos... Lo que pasa es que en una sesión de tortura, no sé si estaba rota la picana o qué, me conectaron un cable directo de un enchufe en la cabeza. Eso me lo explicó un enfermero del Hospital. "Así que vos fuiste al que le pusieron un cable directo", me dijo.

­¿Lo interrogan de nuevo en el Hospital Militar?

­El que me iba a ver era aquel comisario inspector... Campos Hermida. Nunca me habló: me miraba nomás. Al Hospital me llevaron en la misma camioneta con la que me trasladaron a La Tablada. Ibamos dos, custodiados por dos milicos. Estoy seguro de que uno de ellos era éste que después habló... Barboza. Estoy casi seguro. Yo se lo dije una vez a él cuando lo crucé en el Serpaj, pero me dijo que entonces él ya no estaba porque se había ido en el 77.

­¿Hasta cuándo estuvo internado?

­Como un mes. Después me llevaron al Batallón 13.

­¿Al Batallón 13 o al "300 Carlos" del Servicio de Material y Armamentos?

­Al Batallón. Del portón grande a la izquierda, había una sala de espera con una estufa a leña y después un corredor que daba a una reja, se pasaba a otro corredor que llevaba a las celdas. Conmigo estuvo Aguilera, había uno de contrainformación del Ejército detenido que lo tuvieron como cuatro meses y dos soldados. En el Batallón 13 me mantuvieron dos años encerrado en la celda. Sólo me sacaban de mañana y de noche para ir al baño. Después pasé otros seis meses en Trasmisiones, que es una unidad adjunta. Ahí tuve mi primera vista.

De ahí, finalmente me procesaron y me mandaron al Penal de Libertad. Estuve en total cinco años desde que me detuvieron.

­¿Cómo fue su vida después?

­Bastante complicada. Seguían sin dejarme vivir en la casa de mis padres en Mercedes. Después trabajé y más tarde me sumé a militar en el tema de los familiares.

Creo en la verdad

­Cuando dijo por primera vez que había visto en La Tablada a Cabezudo, que supo que allí estaba Célica Gómez, que escuchó hablar de Gallo y de Barrientos en su condición de bióloga, ¿qué le dijeron? Es consciente de que entonces, esa posibilidad parecía improbable...

­No me dijeron nada.

­¿Cree que no le creyeron? Aunque su versión está incluida en el libro "A todos ellos"...

­No creo que fuera eso, creo que hay un principio legal en el que para la semiplena prueba debe haber dos testigos. En nuestro caso éramos tres, pero Ricardo desapareció y Aguilera era alguien que no tenía nada que ver con nada y que hoy no se acuerda... o no quiere acordarse.

­La existencia de los traslados como práctica represiva después de la confirmación del segundo vuelo de Orletti es reciente. ¿Eso lo reafirma ahora?

­Lo que dije en el 83 lo mantuve en el Serpaj, en la Investigadora sobre desaparecidos, en la Justicia por lo de Ricardo, ante Familiares de Desa- parecidos y ante la Comisión para la Paz... Lo vuelvo a decir ahora.

­¿Iría a la justicia a testificar?

­Ya lo hice

­Pero por la desaparición de Ricardo Blanco, no por una causa sobre el traslado ilegal de gente secuestrada en Argentina.

­Sí. Aunque uno no termina de entender lo que pasa... Yo he dicho que a Ricardo Blanco lo vi vivo por última vez el 26 de febrero, pero la Comisión para la Paz pone que murió el 3 de febrero. Uno se pregunta a quién se le cree más, a los torturadores o a los torturados. Yo hubiera preferido que hoy me viniera a preguntar de todo esto un juez y no un periodista. Los que me conocen saben que digo la verdad. Y yo creo en la verdad aunque desde el 83 hasta ahora no ha pasado nada. *

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