viernes, 4 de enero de 2013

Las cárceles del capitalismo uruguayo

De las peores cárceles del mundo. Cárceles en colapso y sin un plan alternativo de gobierno

Publicado por COMCOSUR

Inútiles para este mundo 

Esteban Kreimerman Esquerré (Fósforo)

La situación de las cárceles uruguayas es desastrosa. Hacinamiento, falta de higiene, violencia y malos tratos, todo está a la orden del día, y si a alguien le quedaba alguna duda el Relator especial de Naciones Unidas sobre tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes  las acaba de despejar en su visita al país. Y se trata de un asunto que anticipa la voluntad popular: las cárceles de menores son tan horrendas como las de mayores. En este contexto no sólo parece ridículo pensar en algo así como rehabilitar, sino quizá más importante: no da la impresión de que la rehabilitación esté en el universo de lo buscado. A fin de cuentas, a la situación de hacinamiento se suma el apoyo masivo a la baja de la edad de imputabilidad y al endurecimiento de las penas, dos medidas que claramente agravarán la situación. Lo que debemos preguntarnos, entonces, es qué significa esta aparente renuncia a la pretensión de la rehabilitación.

 (clic en la imagen para leer mas)

Para responder esta cuestión es necesario hacer una disgresión, y preguntarnos cuál es el papel y la función de las cárceles. Y aunque esto pueda parecer obvio no lo es tanto, y la complicación comienza al preguntarnos cuál es la relación que existe entre la cárcel y el crimen. Decía Foucault que en sus comienzos estas dos ideas eran absolutamente extrañas la una a la otra. La idea de crimen surge fuertemente asociada al contractualismo: se entendía que el crimen era una acción concreta, bien definida, que venía a violar el pacto social de donde fuera que se hubiese llevado a cabo. El criminal, entonces, era simplemente aquel que hubiera realizado ese acto, y los castigos propuestos eran acordes a esa concepción: destierro, humillación pública, trabajos forzados (“comunitarios”, es el eufemismo actual) o lisa y llana venganza (matar a quien mata, etc.). Es decir, “actos” que responden a un “acto”.
La prisión no tenía lugar dentro de la discursividad de estos autores, y si se piensa bien es absolutamente incongruente con esa idea de crimen. ¿Qué sentido tiene encerrar a alguien como consecuencia de un acto concreto? Pensado desde la lógica del crimen como acto, cualquiera de las acciones anteriores es más razonable. El quid de la cuestión es que la cárcel no se asocia a la idea de crimen, sino a la de peligrosidad. El “peligroso”, al contrario que el “criminal”, no se define por un acto. La prisión no va contra una acción puntual, sino contra la totalidad de la persona. Es así que al criminal, convertido en peligroso, se le asigna masivamente una historia y una subjetividad, y se forma un aparato destinado a lidiar con él. Y el asunto es el cómo lidiar, o más bien, el para qué lidiar.
A fin de cuentas, nada de esto es inocente: la prisión, y la idea de peligrosidad, surgen en los comienzos del capitalismo y son parte de un dispositivo destinado a controlar y disciplinar a las clases dominadas, de forma tal de producir una población económicamente útil, apta para la explotación económica. En ese sentido la cárcel es solidaria con la escuela, la fábrica y el hospital: se trata en todos los casos de instituciones disciplinarias, de encierro, destinadas a crear una clase trabajadora. Y por eso es que el objetivo, al menos ideal, de la cárcel, también es solidario con esas otras instituciones: la rehabilitación. Está claro que no es una rehabilitación muy amable: se trata de disciplinar a los miembros más problemáticos de las clases dominadas para hacerlos trabajar, o al menos para que no molesten; pero al mismo tiempo la idea de la rehabilitación implica necesariamente algo que queda invisibilizado: la creencia en la posibilidad de la inserción, la creencia en que es posible que esas personas tengan un lugar en el modo de producción, aún si no es un lugar muy lindo.

 (clic en la imagen para leer mas)


Aunque puede sonar poco amable plantear que la cárcel está hecha para los pobres, un caso policial reciente viene en apoyo de estos análisis. La cosa fue así: una señora fue presa por matar a unos obreros en un accidente de tránsito. Al salir, la señora apareció reclamando penas alternativas para los que se encontraban en su misma situación: homicidio en accidente de tránsito. ¿Por qué deberían recibir un trato especial?, se podría preguntar. Bien, por un lado esta señora se quejaba, con mucha razón, de las terribles condiciones de reclusión; pero su otro punto es más interesante: ella entendía que ese castigo “no era para ella”. Que no tenía ningún sentido. Que no había ninguna racionalidad en enviar a la cárcel a una persona que mató a otra en un accidente de tránsito. Y tiene razón. Como veníamos diciendo, el fin de la cárcel es disciplinar a las clases dominadas. La cárcel está hecha para los pobres, y no son los pobres quiénes protagonizan la mayoría de los accidentes de tránsito. Y es claro que los ricos no resultan “peligrosos”. Alguien podría decir que de hecho sí, ya que efectivamente esta señora mató a alguien, pero no sólo se trató de un accidente, sino que no es un accidente que pueda prevenirse mandando a alguien a la cárcel. Más aún, decíamos que el fin original de la cárcel era producir cuerpos productivos y aptos para el trabajo, y sin embargo lo normal es que los miembros de las clases medias y altas ya estén más capacitados y sean más productivos; en ese sentido, enviarlos a la cárcel es un desastre económico. Quizá, para este caso, hubiera sido más razonable considerar a esta señora como una criminal. Quizá lo más razonable hubiera sido cortarle una mano. Sin duda resultaría más útil en términos disuasorios.

 Clic en la imagen para leer mas


La peligrosidad criolla
Entonces, ¿se puede decir que algo de todo esto sea cierto para el Uruguay actual? Sin duda la cuestión de la peligrosidad parece ser muy cierta, pero como decíamos al principio, habría que ser un cínico venido de Marte para plantear con cara de poker que las cárceles uruguayas tienen en algún sentido una intención rehabilitadora. Para comprender la situación uruguaya hay que agregar tres datos más a la cuestión de la tortura: 1) Uruguay tiene una de las tasas de encarcelamiento más altas de la región, al tiempo que tiene uno de los índices de criminalidad más bajos; 2) el 64% de los presos adultos está encerrado sin condena, lo que significa que el encierro es la primer opción; y 3) todos los indicadores de nivel socioeconómico indican que la mayoría de los presos son pobres. Es decir, las cárceles uruguayas funcionan como un lugar al que se manda a las personas pobres sin haber pasado por un correcto proceso judicial, en cantidades innecesarias. Resulta entonces que en Uruguay la prisión no está para disciplinar a los miembros descarriados de las clases bajas, ni para producir una población trabajadora: son estrictos depósitos de pobres, lugares donde mantenerlos encerrados y, más que vigilados, alejados.

 Clic en la imagen para leer mas



En este sentido, nuestras cárceles son lo que el filósofo tano Giorgio Agamben llama “campos de concentración”: lugares físicos en los que el orden jurídico queda suspendido, donde no existe la separación entre el hecho y el derecho, y donde lo que se puede encontrar es la nuda vida, el zoé de los griegos sin ninguna mediación. La reincidencia viene a complementar esta lógica, ya que es lo que permite sostener en el tiempo la dinámica del encierro.

 Clic en la imagen para leer mas




Podemos ahora retomar la cuestión inicial, y volver a preguntarnos: ¿qué significa esta aparente renuncia a la pretensión de la rehabilitación? Como decíamos, el ideal disciplinario incluía la creencia en la posibilidad de la inserción; el abandono de la rehabilitación implica, precisamente, el abandono de esta creencia. La conversión de las cárceles en campos de concentración, el afán por encerrar a los pobres lo más temprano y lo más lejos posible, significa que se concibe la existencia de un grupo que no tiene ni puede tener un lugar en el modo de producción y por lo tanto en el mundo. Significa, en fin, la aparición de una clase supernumeraria, una clase inútil para el mundo, una clase a la que el mundo no le encuentra utilidad. Una clase cuya función es no tener función.
Por supuesto que esto no es un fenómeno exclusivo de Uruguay. El resto de las cárceles latinoamericanas son muy parecidas, los centros donde se retiene a los inmigrantes ilegales en Europa responden a la misma lógica, etc. Existe incluso una prisión muy famosa, la Prisión de San Pedro en Bolivia, de la que el Estado básicamente se ha retirado, y donde existe una especie de sociedad interna donde viven familias y funciona una economía. Podemos decir que aquello que expresa la existencia de una clase supernumeraria no es exclusivo del Uruguay Natural, para fortuna de nuestra memoria y lamento de nuestro mundo.




Ahora bien, esto plantea un problema teórico, porque aunque aquello de “una clase cuya función es no tener función” suena muy bien, no significa realmente nada. Planteado así, no es mucho más que un sinsentido, y aquí es donde surgen varios problemas entrelazados. Vamos a dejarlos para más adelante, pero podemos ir adelantando el centro de estos problemas: ¿es verdad que existe una clase supernumeraria?
La producción capitalista de los residuos sociales
Preguntémonos, para ir entrando en calor, cómo pudo generarse esta clase, pregunta que por supuesto le queda grande al autor de estas líneas, pero que afortunadamente puede ser respondida con apoyo de otros autores mejores. Michael Hardt y Antonio Negri, marxistas ambos, teórico literario uno y buscapleitos profesional el otro, plantean que luego de la crisis de los ’70 se le abren al capital dos opciones para recomponer la tasa de ganancia. La primera consiste en una recomposición del proletariado, que permita incluir y dominar distintas prácticas y formas sociales. La segunda es más sencilla: la opción represiva. El capital aplasta a las organizaciones y los movimientos obreros, revirtiendo los procesos sociales que habían conducido, con su resistencia, hacia la crisis. No es difícil ver que la segunda opción se ajusta bastante bien con nuestra dictadura cívico-militar. Ahora bien, esta segunda opción implicaba otra operación: la separación de la clase obrera en dos: una incluida en el sistema, con beneficios salariales, nivel de vida establecido (Consejos de Salarios, ¿por qué no?), y otra marginada, separada y enfrentada a la primera, que la veía (la ven) como una amenaza a su situación.
Resulta entonces que la clase supernumeraria aparece como una necesidad política del capital, en respuesta a la resistencia que significaba una clase obrera unificada y homogénea. Y esto nos permite retomar el problema que habíamos postergado. Nos habíamos preguntado qué puede significar “una clase cuya función es no tener función”. Hay dos respuestas posibles. Lo primero que podemos plantear es que en realidad sencillamente no tiene función alguna. Podemos plantear que la máquina capitalista, en su funcionamiento habitual, genera algo así como un residuo social, una población que no es capaz que reabsorber dentro de sí mismo, una línea de fuga constante que se le escapa. Es decir, podemos plantear que existe una clase supernumeraria, aunque quizá no sea correcto llamarla clase, ya que parecería no tener ningún papel en el modo de producción. La alternativa es plantear, al contrario, que sí tiene función: una función ideológica, discursiva, hegemónica en el sentido de permitir la hegemonía.
La tesis de Hardt y Negri parece ir en ese sentido: la función de la clase supernumeraria es la de ser demonizada, de modo de mantener la alianza con una fracción de la clase dominada mediante su enfrentamiento con quienes, en realidad, deberían ser sus verdaderos aliados. Y sin embargo la oposición entre las dos propuestas no es tan transparente: es muy razonable plantear que en realidad la máquina capitalista realmente produce a esta clase, que una vez producida es utilizada con fines ideológicos. El problema planteado, en realidad, es uno más complejo: es el problema de la verdad en la mentira, los momentos de verdad entre todos los momentos de falsedad. Digamos que la hipótesis del residuo no es más que mera ideología capitalista posmoderna que toma como necesario lo que en realidad es meramente contingente; aún así, es posible que en el capitalismo de hoy la producción de ese residuo sea realmente necesaria, que conceptualizarlo de esa manera nos informe de una cierta dinámica propia del capitalismo. Se esencializa teóricamente a una clase, pero es una esencialización que interpreta correctamente un efecto sistémico.




Y ahora, volviendo a nuestro problema original del que parecemos habernos alejado bastante, podemos interpretar algo que el Frente Amplio ha venido haciendo de un tiempo a esta parte: la recuperación y reivindicación de las medidas de rehabilitación. Es cierto que este gobierno ha puesto en marcha varios planes socio-educativos en centros de reclusión, y también que esos programas han tenido un éxito considerable, pero esto pone al Frente Amplio en una posición ambigua: por un lado, lo hace suscribir el modelo disciplinario, de producción de una población económicamente útil, del que hablábamos al principio; por otro, la recuperación de la idea de rehabilitación -dado el contexto de renuncia a la rehabilitación y condena de una clase social a la expulsión- implica el planteo de una lucha por la hegemonía. El Frente Amplio (quizá no en su totalidad, quizá incluso en una fracción ínfima, pero el Frente Amplio al fin) efectivamente se para frente a la opinión pública, reintroduciendo dentro del universo de lo posible la inserción de esa población dentro del modo de producción. Es así que la política de rehabilitación del FA termina expresando muy bien su ideología, un “capitalismo con rostro humano”, o mejor, un “crecimiento con inclusión”. Puede parecer poco, pero no lo es: en la medida en que la partición de la clase dominada en dos sea funcional a la estrategia de acumulación del capital, su reunión resulta, aún sin buscarlo, un proyecto efectivamente anticapitalista.

Las pancitas de los ex-presos políticos uruguayos





0 comentarios:

Publicar un comentario

No ponga reclame, será borrado